Amanece el arco iris del presente
y bendice el aforismo del ocaso,
levitando en el requiebro vehemente
el murmullo arrullador de su parnaso.
Amanecen los preludios indelebles
en la aurora que aprisiona el optimismo
y el sudario del rencor, pueril, endeble
se confina en el averno de egoísmo.
Amanece la armonía que embelesa
el delirio cenital que la motiva,
fascinada del albur y la nobleza
del furtivo atardecer que le cautiva.
Se vislumbra en el umbral los tulipanes
encubiertos por las musas sibilinas,
cautelosas entre versos tan galanes
amanecen rosaledas diamantinas.
Y se insulta el desamor ante el misterio
del agravio que se arrulla en las primicias
sin sarcasmos, invectivas ni dicterios,
que despeñen el poder de las caricias.
Amanecen travesuras de quimeras
y despiertan junto a musas peregrinas,
la tentada seducción de las esperas
y libertas escapadas clandestinas.
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