viernes, 6 de abril de 2012

Sangre de Amor

Sangre de amor: Verbo Amado, 
 Cruz y clavos te mancillan,
calman su sed con la ira
que blasfema sus pecados,
consumando en el Calvario
la más terrible ignominia.

Sangre del Hijo Sagrado
en la Cruz que martiriza,
vierte el amor cual sudario
entre lágrimas y estigmas,
el dolor que ha flagelado
al Cordero de la Vida.

Siete palabras expiran
ante la Cruz del quebranto,
la traición ciega e impía
consumada en el Calvario,
viste la oscura perfidia
con las sombras del pecado.

 
Vierte su sangre divina
cual eclosión del ocaso
y las tinieblas se agitan
ante la luz del sudario,
al resucitar la Vida
redentora en el Calvario.

Cruz Salvadora de vida,
sangre de amor: Verbo Amado,
tú venciste la agonía
de la muerte y el pecado,
con la Palabra Divina
de tu Corazón Sagrado.


¡ Ven Señor: Camino y Vida
  Ven Señor Resucitado !


2 comentarios:

  1. Jesús gritó con voz fuerte, utilizando la poca respiración que necesitaba para expresar la terrible angustia que sentía. Se pasó "haciendo el bien" y sus seguidores lo abandonaron. Sintió en su propia carne el dolor de nuestros pecados, los tuyos y los míos, fue el precio por nuestra redención.
    "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. En Ti confiaban nuestros padres, confiaban, y los ponías a salvo; a Ti gritaban, y no los defraudaste. Pero Yo soy un gusano, no un hombre; vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de Mí, hacen visajes, menean la cabeza: Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto le quiere. Estoy como agua derramada; tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas. Mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprieta contra el polvo de la muerte. Me acorrala una jauría de mastines; me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme... Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré." (Sal 22, 2,23)

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  2. Dondequiera que estoy, está Dios. Estas palabras afirman la gracia y el amor divinos. Ellas proveen la seguridad de la presencia eterna de Dios y son una oración efectiva en cualquier momento que necesite sentir paz interna.
    En este estado bendecido de sosiego puedo enfrentar cada día con confianza y fe. Al enfocarme en la presencia moradora de Dios, siento paz y seguridad.
    Cualquier pensamiento inquietante se disipa con simplemente recordar y afirmar la verdad: Dondequiera que estoy, está Dios. Dicha afirmación me fortalece, calma mi mente y me permite abrir mi corazón a la gracia y el amor divinos. En la presencia de Dios, siento serenidad y paz.
    Haré con ellos un pacto de paz;y pondré mi santuario entre ellos para siempre. —Ezequiel 37:26

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